Las siete y media
Cuando embarqué solo llevaba un par de billetes
escondidos en los calcetines y una maleta con ropa amarillenta y, muy al fondo,
una navaja de afeitar.
Pasé los tres primeros días mareado, vomitándole
al Atlántico desde cubierta, al cuarto descubrí una timba en uno de los
camarotes de primera en la que te podías jugar el futuro.
Y me lo jugué.
La noche que aposté mis ahorros a las siete y
media, el pobre diablo al que desplumé me tuvo que dar lo que llevaba en su
maleta.
En aquellos tiempos no teníamos piedad, se lo
quité todo y fui a hacer el recuento de aquel tesoro sobre mi litera. Dentro de
la maleta solo había unas mudas limpias, un cuchillo de monte, dos guantes de
boxeo y tres libros de Galdós. Hice con todo aquello un rebujo y lo tiré con
rabia a una esquina del camarote.
Por aquella época solo podías entrar en los
Estados Unidos si demostrabas que sabías un oficio, a mis diecinueve años yo no
había tenido tiempo más que para perseguir chicas y beber vino, así que cuando
en la aduana me preguntaron qué sabía hacer, abrí la maleta de las siete y
media y saque los guantes de boxeo.
Al funcionario casi se le salen los ojos de las
órbitas, me preguntó quién era, cuál era mi categoría, qué combates había
ganado, en qué ciudades había competido.
A penas entendía lo que me decía y solo asentía
con cara de bobalicón. Cuando acabé de sonreír el guardia me dio la dirección
de alguien que podría ayudarme. Tardé mucho tiempo en desplegar ese papelito,
en leerlo y decidirme a ir a ese gimnasio.
La noche que gané el título de los ligeros en Las
Vegas, ese hombre estaba allí, se me acercó al final de la velada, trató de que
lo reconociera, pero yo hice como si no lo hubiera visto en mi vida.
Por aquella época no teníamos piedad, ni gratitud,
ni valorábamos la buena fortuna, en aquellos días previos al crack del año 29 yo me creía invencible,
indomable e inmortal.
Pero todo acabó de la misma manera que empezó, una
apuesta, todo mi dinero colocado en unas acciones que una mañana de octubre solo
eran papel mojado.
El día que salí del país, el funcionario de la
aduana hizo como que no me conocía.