viernes, 1 de noviembre de 2019

Ingrid


Roberto decidió combatir su soledad inscribiéndose en un club de solteros, por desgracia solo consiguió acudir a reuniones de solitarios y solitarias por vocación que arañaban -estas últimas- a cualquiera que intentara un acercamiento amistoso.


La huida de ese club fue muy fácil, Roberto solo tuvo que dejarse caer para acabar en la siguiente asociación que, bajo el sugestivo nombre de "Líos de parejas", se abría al final de la misma calle y tras una puerta de doble hoja. Le atendió una señorita muy amable que le ayudó a rellenar los impresos de inscripción y que no se sintió violenta cuando, al llegar al apartado de los datos de su pareja, Roberto no tenía nada que decir.


Con más amabilidad todavía, la señorita de recepción le indicó que aquel club era exclusivamente para parejas y que no podía apuntarse nadie sin ella, una vez allí dentro, eso sí, cada cual podía hacer lo que deseara con quien quisiera, acompañado o no por su pareja, siempre que el otro aceptara.


A Roberto le apetecía mucho descubrir los laberintos de pasiones que se adivinaban tras la puerta doble de aquel club así que no dudó en inventarse una pareja que, lamentablemente, no le podría acompañar en sus visitas.
Tomando como referencia a la señorita que le atendía, se inventó una mujer de largos cabellos rubios recogidos en la nuca, de ojos azules y chispeantes y pómulos sonrosados. Roberto hizo levantar a aquella mujer de su silla para seguir describiendo a la suya, sus casi ciento ochenta centímetros de altura, sus piernas infinitas cubiertas por medias negras y sus pechos grandes y firmes como frutos verdes de algún país desconocido.


Cuando tuvo que rellenar el espacio dedicado a sus gustos y aficiones, la chica le indicó que le gustaba dormir con la luz encendida y, en verano, con la ventana abierta, que le encantaba el chocolate negro y las sábanas blancas, los viajes a ninguna parte y desnudarse bajo la luna llena. Una vez que acabó de describirla, Roberto se sintió como si la conociera de toda la vida y un poco miserable por encontrase en aquel club dispuesto a liar su relación en una madeja de la que seguro no saldría indemne. No le gustó nada pensar que su mujer, a la que había puesto un nombre nórdico, acabara relacionándose con hombres solitarios apuntados a aquel club para conocer a chicas como ella.


Cuando volvieron a casa Roberto le sugirió a Ingrid que, quizás, debería cambiar de trabajo.


Publicado en Relatos para Sallent (XIII Concurso de relatos cortos para leer en tres minutos Luis del Val)