TRADICIONES FAMILIARES
Ilustrado por Elena Gómez |
Desde hace tres generaciones en mi
familia tenemos la tradición de regalar una vez al año, cuando termina el
verano, dos pistolas. Una se la enviamos a un familiar, amigo o conocido al
que, después de discutirlo en un almuerzo, creemos que la necesita. La otra se
la mandamos por correo a alguien a quien no conocemos, al azar resultante de un
juego de mesa al que nos entregamos con deleite al finalizarla la comida y
cuando ya se están sirviendo los licores.
Los efectos de esta tradición en la vida
(y en la muerte) de sus protagonistas han sido, después de tantos años y de
tantas pistolas regaladas, de todo tipo. Hubo sujetos a los que el revólver les
salvó la vida y otros que la perdieron, hubo quien salió del fango y quien cayó
en él.
Pero en nuestra última comida familiar
alguien ―el primo Víctor― quiso dar una vuelta de tuerca más y propuso en el momento justo, es
decir, en el instante en el que todos habíamos alcanzado un grado óptimo de
ebriedad, que en vez de una pistola colocáramos directamente un muerto en la
vida de cualquier desgraciado. Sin duda
es hora de renovar las tradiciones.