Había una calle en mi barrio en la que las
bicicletas perdían el equilibrio.
Los mejores ciclistas, los más hábiles
funambulistas y especialistas de acción, todos caían de sus monturas como un
caballero derrotado en un torneo medieval.
Pasaron los años, turistas de todo el mundo,
científicos y curiosos seguían visitando esa calle. En alguna ocasión algún
ciclista estuvo a punto de lograr cruzarla, aunque todos acababan perdiendo el
equilibrio y besando felizmente el asfalto.
Hasta que ocurrió algo, un giro de la luna o
quizás un cambio de polaridad, el caso es que aquella calle recuperó el
equilibrio y, desde ese momento, ningún ciclista volvió a pasar por ella.