martes, 22 de agosto de 2017

Caballeros

Todos los años, cuando concluye la época de lluvias y comienza el verano, mi amigo Samuel y yo bajamos hasta el cementerio, buscamos una tumba lo suficientemente apartada, cavamos, desenterramos y nos hacemos con un cadáver. 
Samuel siempre se fija en la inscripción de la lápida y fantasea con la vida de ese hombre. Y digo bien, hombre, porque los dos somos muy respetuosos y, desde que empezamos con este vicio, juramos que nunca profanaríamos la tumba de una mujer.
Hasta esta vez.
Hasta este año, en que nos dio por romper todas las reglas.
En cuanto sentimos en nuestra piel y en nuestro ánimo los primeros calores del verano, Samuel y yo bajamos al cementerio. Estuvimos cavando toda la noche en una tumba mohosa, un sepulcro de los años veinte en el que la inscripción estaba casi borrada por el tiempo.
Tardamos más de lo normal en llegar hasta la caja. Antes de alcanzarla, Samuel encontró una cadenita de oro, fue entonces cuando empezó a llover y, muy dentro de mí, supe que algo malo iba a pasar. Después de la cadena yo mismo encontré unos pendientes, los dos callamos, estábamos a punto de romper una regla que no sabíamos a dónde nos llevaría.


El ataúd estaba podrido por la humedad y la tapa se nos deshizo entre los dedos, Samuel alumbró el interior con la linterna, allí estaba, recostado en su lecho, el cuerpo momificado de una mujer envuelto en un vestido de color rojo.
No quise seguir, se lo juro, pero no sé qué nos pasó, no sé por qué nos miramos y, sin pronunciar una sola palabra, la sacamos de allí.
Ahora Samuel y yo ya no somos amigos.
Él tiene a Lucrecia los lunes, miércoles y viernes, el resto de la semana está conmigo y los domingos partimos el día en dos mitades. Pero ya ni siquiera nos hablamos, sospechamos el uno del otro y los celos han acabado con nuestra amistad.
Sabemos que esto nunca hubiera ocurrido si hubiéramos cumplido nuestro juramento de desenterrar solo cadáveres masculinos. Si el verano no nos hubiera cegado el entendimiento y regalado este amor profundo.
Sin duda, cuando aparecen las mujeres se termina la amistad.

Finalista en el concurso Amores de verano de www.zendalibros.com

lunes, 21 de agosto de 2017

La otra cara de las cosas (fragmento)

Pero lo cierto es que aquel hombre desgarbado se lanzó a por ellos un mediodía de verano en el que el calor hacía confundir la realidad con la apariencia, una jornada en la que las cigarras cantaban, y el viento estaba quieto y no había, por tanto, trabajo que hacer.