sábado, 30 de junio de 2018

Los vecinos


El jueves 21 de junio la Asociación Primaduroverales de Madrid celebró la entrega de premios del V Certamen de Relato Madrid Sky.
Enhorabuena a todos los finalistas.
Siempre son especiales las ceremonias de los amigos de Primaduroverales, hacen sentir único a cada autor y su hospitalidad es inmejorable.
Ha sido un placer estar con vosotros y ganar el tercer premio del certamen con Los vecinos.
Gracias.




 LOS VECINOS


 Tuve que irme a la cama para no flaquear. Después de dar vueltas por toda la casa, como una leona enjaulada, volví a acostarme sabiendo que ya no iba a poder dormir. Ojalá no me hubiera levantado.
 Todas las noches, a las cuatro, los vecinos del piso de arriba se duchan, es una ducha larga y ruidosa en la que el agua choca contra la grifería en un estrépito de gotas que repiquetean sobre el suelo de la bañera.
 Los odio.
 Apenas me he cruzado con ellos por las escaleras un par de veces desde que vinieron a vivir aquí.        
 Son mayores, supongo que deben tener entre sesenta y setenta años. Él tiene la cara cuarteada y el pelo encrespado como un niño avejentado. Ella es oronda, de rostro magro y labios finos, lleva el pelo acaracolado y viste con pésimo gusto.
 Saludan como si te debieran algo, de forma escurridiza, entre dientes y con la mirada en el suelo.  Podía ser una de esas parejas que guardan cadáveres en el armario, pero esta, además, los saca de madrugada para bailar con ellos.
 No hacen nada, se levantan tarde, ven la tele hasta las tantas, su única actividad es freír pescado y dejar caer fardos contra el suelo de vez en cuando.
 Yo los llamo así, fardos, porque imagino un gran paquete del tamaño de una persona adulta, con un envoltorio de saco o tela rugosa, que tiran al suelo como otros riegan las plantas o leen el periódico.
 Al principio me sobresaltaban, me hacían estar tensa, esperando el siguiente golpe, sordo y voluminoso, mientras se me encogía el estómago.
 Después empecé a tomármelo como parte de mi vida.
 Lo que no puedo soportar son las duchas a las cuatro de la mañana, primero la de él, sorda, brusca, violenta. Después ella, extrovertida, abundante, casi festiva. ¿Por qué lo harán?
 Después de la hora larga de baño no se les vuelve a oír hasta media mañana. Así día tras día tras día, noche tras noche, ducha tras ducha.
 Hasta ayer mismo, hasta que a las cinco de la madrugada la última gota de su baño hizo que rebosara mi paciencia y salté de la cama, y me vestí furiosa, y sin calzarme, subí hasta su rellano y llamé a su timbre.
 El timbrazo sonó metálico y arrastrado en medio de la noche.
 Tardaron en abrir mientras yo esperaba, con los pies helados, quieta frente a una puerta y un piso que eran idénticos a mi puerta y a mi piso, apenas una marca distinta, un desconchón en la pintura de la pared representando el mapa de un país distinto al desconchón de mi pared.
 Entonces empezó a invadirme una sensación de irrealidad, comencé a pensar que yo no era yo, que aquella pareja de viejos éramos mi pareja y yo, el marido que un día no tuve, con el que tenía que haber compartido ese piso durante todos estos años y con el que había envejecido, y ahora nos duchábamos para soportar nuestra podredumbre y movíamos nuestros recuerdos por la casa dejándolos caer como fardos sin vida cuando no podíamos más.
 Deseé salir de allí corriendo, bajar los escalones de dos en dos y volver a mi casa y a mi cama. Pero no podía moverme, mis pies helados seguían pegados a las baldosas, y al otro lado de la puerta ya se oían avanzar esos dos cuerpos que, viejos y pesados, se acercan, y ella que, con voz temblorosa, ya está preguntando “¿Quién es?, ¿quién es?”

Más información en la página de Primaduroverales

Y aquí el artículo sobre Los vecinos

viernes, 29 de junio de 2018

Dulces juegos de identidad

Talleres del Metro de Málaga

Cuando empezaron a confundirme con Carlos mi vida cambió. 

En el metro, una exnovia de Carlos empezó a gritarme que volviera con ella, un matón me dio una semana para pagar mis deudas y una anciana sacó un revólver mientras decía “Lo pagarás caro, Carlos”.

Llegué a casa desesperado, llamé y abrió una mujer que debía ser mi esposa.         

̶ Usted no vive aquí, si sigue molestando llamaré a la policía.

Ahora duermo en la calle, todavía oigo que murmuran “Pobre Carlos”. No sé cómo decirles que soy otro, alguien que perdió un metro que no ha vuelto a pasar.