Cogí el Cercanías en Alcalá y la vi, era preciosa, pero lo que me llamó la atención fue que sus ojos no estaban pegados a un móvil, ni a una tablet ni a un ordenador.
Nuestras miradas se cruzaron por primera vez en Torrejón, y en Coslada quedó libre un asiento a su lado. En Vicálvaro, ―con el corazón martilleándome en el pecho― me atreví a hablarle y en Vallecas la invité a salir.
Cuando bajamos en Atocha nadie se había enterado de nada, solo un niño pequeño nos miraba, divertido, cuando nos besamos en el andén.