El fin de semana pasó sin pena
ni gloria, seguramente salimos a comer o al cine. No hablamos del paraguas en
ningún momento, pero seguía en su esquina como si esperara algo o como si
siempre hubiera estado allí.
El lunes amaneció lloviendo y
pensé en llevarme el paraguas, podía ser una buena manera de sacarlo de casa y
quizás dejarlo olvidado en algún taxi o en una cafetería, pero cuando fui a
cogerlo sentí muy dentro de mí que no debía hacerlo, así que, después de
mirarlo un instante, lo dejé donde estaba y cogí el mío.
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